Cuando digo que África es el continente de la esperanza, no hago retórica fácil, sino expreso simplemente una convicción personal, que es también de la Iglesia
Cuando digo que África es el continente de la esperanza, no hago retórica fácil, sino expreso simplemente una convicción personal, que es también de la Iglesia. Con
demasiada frecuencia nuestra mente se queda en prejuicios o imágenes
que dan una visión negativa de la realidad africana, fruto de un
análisis pesimista. Es siempre tentador señalar lo que está mal; más
aún, es fácil adoptar el tono del moralista o del experto, que impone
sus conclusiones y propone, a fin de cuentas, pocas soluciones adecuadas.
Existe también la tentación de analizar la realidad africana de manera
parecida a la de un antropólogo curioso, o como alguien que no ve en
ella más que una enorme reserva de energía, minerales, productos
agrícolas y recursos humanos fáciles de explotar para intereses a menudo
escasamente nobles. Estas son visiones reduccionistas e irrespetuosas, que llevan a una cosificación nada correcta para África y sus gentes.
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