Desesperar es individualismo. La esperanza es comunión.
La Iglesia acompaña al Estado en su
misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente
lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor
esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora
incesantemente (cf. Lc 18,1), que muestra dónde está Dios (cf. Mt 6,21) y dónde está el verdadero hombre (cf. Mt 20,26; Jn 19,5). Desesperar es individualismo. La esperanza es comunión. ¿No
es este un camino espléndido que se nos propone? Invito a emprenderlo a
todos los responsables políticos, económicos, así como del mundo
académico y de la cultura. Sed también vosotros sembradores de
esperanza.
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